La gestión emocional y la desigualdad en el sistema de ayudas: entre el apoyo y el abandono
En nuestra sociedad actual, muchas personas atraviesan serios conflictos emocionales, a menudo provocados por la percepción de injusticia en la manera en que se reparten los recursos y el apoyo en situaciones de vulnerabilidad. Esta situación no deriva de una frustración o de una envidia superficial, sino de una observación más amplia sobre las desigualdades estructurales en el sistema de ayudas públicas, que en teoría debería apoyar a todos los ciudadanos sin distinción. Este malestar merece un análisis cuidadoso y objetivo para comprender las emociones que despierta y explorar posibles soluciones.
Existen personas que, por haber sufrido accidentes o enfermedades graves, quedan con discapacidades severas, y el sistema, en consonancia con criterios judiciales, les otorga pensiones o subsidios para ayudarlas a sobrellevar su situación. Estas personas, con una limitación física y mental irreversible, son catalogadas como incapaces de trabajar y, por lo tanto, se les considera merecedoras de apoyo. Esto, en principio, parece justo y necesario. Sin embargo, al mirar el cuadro completo, surgen preguntas que van más allá del caso individual: ¿es el sistema realmente equitativo y eficiente al valorar y apoyar a todos los ciudadanos?
Por otro lado, también están aquellas personas que, aunque con limitaciones físicas o problemas crónicos, no son reconocidas con la misma consideración. Siguen adelante por sus propios medios, lidiando con dolencias o dificultades, sin recibir ningún tipo de subsidio o ayuda estatal. Estos individuos no buscan una "paguita" ni pretenden declararse incapaces, sino que simplemente aspiran a un reconocimiento de su esfuerzo y a recibir un apoyo que les permita mantener su independencia. Aquí se revela una evidente diferencia de trato que, en muchos casos, parece arbitraria, al no tomar en cuenta los múltiples niveles de vulnerabilidad y capacidad de cada persona.
A menudo se alude a estas ayudas como “subsidios” o “paguitas,” en tono despectivo, como si el apoyo a quienes no pueden trabajar fuera un "chiringuito" del Estado. Este es el comentario que suele surgir de quienes consideran que hay una falta de rigor en la distribución de ayudas. En contraste, están aquellos que, aún en condiciones difíciles, logran sobrevivir sin apoyo del Estado y siguen adelante con voluntad propia, enfrentando las adversidades. Esto pone de manifiesto una disparidad en el sistema, donde unos parecen beneficiarse de una vida sin trabajar, mientras otros, en situaciones también complicadas, deben seguir adaptándose al mercado en habilidades y luchando sin respaldo ni descanso en sus dolencias.
El problema se acentúa al analizar el sistema educativo, que, en muchos casos, prioriza los conocimientos teóricos sin ofrecer herramientas prácticas para la vida real y que incluso juega un papel clave en el desarrollo cognitivo, el cual se falsifica constantemente mediante una burda igualdad de condiciones. Este enfoque puede dejar desamparadas a muchas personas que, al no encajar en los criterios rígidos de productividad, quedan sin oportunidades reales de crecimiento y superación. Además, la falta de apoyo práctico coloca a quienes no encuentran su lugar en el sistema laboral convencional en una posición de vulnerabilidad, sin herramientas para adaptarse en una sociedad cada vez más exigente y competitiva.
En este contexto, el impacto en la salud mental de la sociedad es evidente. La gestión emocional se torna difícil en un entorno donde el sistema no siempre respalda de forma justa, donde parece que quienes logran eludir sus responsabilidades resultan más beneficiados que aquellos que se esfuerzan por cumplir con todas ellas. Esta falta de equidad en el acceso a recursos y apoyo provoca una insatisfacción creciente, alimentada por la percepción de un sistema que no premia el esfuerzo, sino que a veces recompensa la evasión.
En este actual esquema, las decisiones no obedecen al bien común, sino a conveniencias específicas, distorsionando el sentido de la justicia y promoviendo un modelo que refuerza la desigualdad. Alimentando un ciclo en el que el bienestar de la sociedad se subordina a los intereses de unos pocos, perpetuando un sistema que utiliza la lealtad como pilar fundamental de su funcionamiento.
Para gestionar las emociones en una situación así, la resiliencia personal puede no ser suficiente. Es necesario que la sociedad replantee cómo las estructuras de poder distribuyen las ayudas y cómo valora las distintas formas de vulnerabilidad. Este tipo de análisis no pretende alimentar resentimientos, sino abrir un espacio de reflexión sobre la urgencia de un sistema de apoyo que realmente responda a las necesidades y esfuerzos de todos sus ciudadanos. La supervivencia, prevenir el suicidio, se vuelve casi imposible en un contexto donde parece faltar la justicia y la empatía, y donde la responsabilidad social y la inclusión se sienten cada vez más lejanas.
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